Siguiendo la invitación de Pedro Soler y su manual de Fungi Clock, le propuse a la Tata Rodríguez, cabeza de La Chichería, hacer un nodo Cuenca, Ecuador. “La Chichería de Pukushka es una propuesta de cocina sencilla, fresca y agroecológica en un 90% y, a su vez, es un bebedero de matices que reivindica la chicha y las bebidas espirituosas”.1 Ella es un nexo entre la ciudad y los productores agroecológicos de la provincia del Azuay. Con ella tenemos afinidad en muchos temas, uno de ellos es el amor por las bacterias y los fermentos, por las micro-vidas que nos acompañan a diario, sin las cuales no sería posible la vida en general y con quienes es plausible establecer relaciones muy diversas, que afectan de manera radical y profunda nuestra participación en el tejido de la vida.
Más allá del gusto por el fermento del maíz, las dos somos chicheras porque entendemos la chicha como posibilidad de entrar a otra dimensión, a otra cosmovisión, en la cual compartir la chicha de una misma taza es una vacuna contra la mala onda, pero también contra las enfermedades. Para algunas comunidades de la cultura Kichwa Otavalo, chicha significa “ternura cósmica”. La Chicha es el compartir la palabra, el aliento vital, la saliva, el baile, la rueda, es memoria y conexión.
“La chicha de maíz es una de las pocas preparaciones ancestrales de nuestros pueblos primigenios, mantiene en su formulación cientos de años de conocimientos que se codifican y decodifican como información genética en nuestros genes, como hijxs de Mama Sara.2 (…) La tecnología culinaria presente en los procesos de germinación y fermentación de los granos y azúcares del maíz establece la chicha como una bebida ceremonial que entrevé los conocimientos andinos no escritos que transgreden la epistemología occidental, y dan cuenta de que relato y conocimiento científico no son polos opuestos”.3
Para Tata Rodríguez la captura de microorganismos del ambiente es una tarea habitual, pues en agroecología es parte de los procesos de producción de fertilizantes. La idea de hacer un nodo en Cuenca del Fungi Clock la motivaba sobre todo por ver qué otra cosa podía pasar, cuál podía ser el devenir arte y pensamiento de un proceso habitual de la agroecología. Coincidimos en que nos gusta más el término “trampa de hongos”, porque tiene que ver con la posibilidad de atrapar ciertas micro-vidas del ambiente para hacerlas visibles y transfomar a partir de eso nuestras vidas, la manera en la que habitamos nuestros espacios comúnmente.
La Chichería tiene además todo para jugar al lab. Nos reunimos el 29 de enero de 2020. Preparamos la mezcla, pero al momento de hacer las trampas no sabíamos cuántas porciones salían en una sola preparación, así que casi la mitad se quedó en la olla y después yo la usé fuera del protocolo, tratando de poner a prueba la idea de esterilización. Montamos dos trampas estériles en Petri, una para mi casa y otra para La Chichería. El resto lo dejé en una bolsa y luego lo dividí entre dos lugares: una parte en mi casa (que coloqué en una superficie no esterilizada) y otra parte en mi trabajo, una bella librería en el centro de Cuenca (que coloqué en un vaso de cartón)4.
Más allá de la observación de las trampas, tal vez lo mejor de esta experiencia pasó en el momento de la preparación de la mezcla. Conversamos y soñamos con un proyecto de las dos, que hiciera equilibrio entre la realidad de las prácticas agroecológicas y la especulación interespecie. Con la experiencia en la producción agroecológica de Tata y mi preocupación por hacer reales otras formas de ser en común, bocetamos un proyecto. Queríamos hacer una recolección de microorganismos en El Cajas, páramo que está a 30 kilómetros de Cuenca. Queríamos grabar tanto la expedición para dejar las trampas, como su recolección 10 días después con los hongos del páramo. En nuestra ficción estos serían los hongos más puros y poderosos para salvarnos de la extinción. Con esos hongos queríamos hacer crecer alimentos con los que fortaleceríamos nuestros cuerpos para el mundo apocalíptico del futuro. El proyecto tenía como objetivo hacer una narración que animara a más personas a amar los hongos, las micro-vidas y así tejer otras relaciones con los sistemas de lo vivo. Por diversos motivos retrasamos nuestra primera expedición y la fecha final para esta salida la fijamos para el 18 de marzo de 2020, pero el 17 inició la cuarentena obligatoria en el territorio de Ecuador. No sabremos nunca si esos hongos de El Cajas, que no atrapamos a tiempo, llegarían a ser o no nuestro antídoto.
Ahora mismo, casi un mes después del comienzo del confinamiento –un confinamiento que no es el de los Confinados-a-la-tierra del que hablan Bruno Latour y Donna Haraway–, pensar en las bacterias me permite pensar la pandemia como parte de la misma historia de esto que hemos construido como humanidad. Nosotros, los autodenominados seres humanos, somos en realidad bacterias evolucionadas que se han obsesionado con el control, la dominación y la sumisión, y hemos ido acumulando tanta explotación y tanto sufrimiento, que de manera espontánea o a propósito hemos creado el SARS-CoV-2.
Más allá del pensamiento por oposición (buenos vs. malos), en el 2020 y bajo la presión de la pandemia, las cosas se nos revelan tal y como son. Las emociones son claras y estamos viendo de forma más transparente, de cada autodenominado ser humano, qué relación tiene con la vida y con los sistemas que la sostienen.